11 jul 2012

De sueños y despertares




¿Fue el suspiro de la Luna o quizás mi imaginación al entornar levemente los ojos por el efecto de su plateada luz?. No lo se. El caso es que algo revolvió mi cabeza, la agitó, zarandeó el imaginario de mi fantasmagórica memoria. Casi al instante, en total desorden, comparecieron ante mi...


Los recuerdos son así de escurridizos, su incorpórea inmaterialidad les permite ser esquivos para, en un santiamén, entre una espectral calígine, acudir y manifestarse melancólicamente. Apenas dormí. Agitado entre las húmedas sábanas empapadas de sudor rodé entre esa relación de sucesos, escuché la narración de los acontecimientos pasados y rememoré los momentos. Fue turbador.


Con el hálito de la mañana recuperé la consciencia. La visión oblicua, desde mi posición, del plateado mar sobre un fondo anaranjado me devolvió a la vida. Corrí hasta la playa y trepé entre las rocas. Entre los grisáceos jirones de la bruma, una poderosa luz emergía cual cíclope


para amarillear el pálido firmamento con el inmenso poder de la luz que emana su único ojo. Mientras la pujante luminaria azuleaba el cielo y las estrellas disimulaban su brillo, comenzó a soplar una cálida brisa que rizó la superficie marina hasta exhalar con bravura su espiración contra el acantilado. Desde abajo resonaba la música del eterno devenir de las olas, así quedé ensimismado con la vista fija en el horizonte entre un desperezado entusiasmo.


Desperté inquieto del letargo al tiempo que un viento céfiro acariciaba mi rostro. La brusquedad de la brillantez de la luz que ascendía impacientemente por el horizonte acabó por abatir el encantamiento. Su aplastante luminosidad no es buena compañera para la melancolía. Así



que abandoné el acantilado no sin antes echar una última mirada a ese anaranjado disco que se levantaba refulgente con rapidez ...

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