- Estoy al borde del
acantilado …
Contemplo la inmensidad del
gran azul (me gusta esa denominación inglesa de “the big blue”). Desde mi
posición admiro la rectitud de estos colosales muros calcáreos que se pierden
verticalmente en el fondo oceánico, su tonalidad blanco-grisácea salpicada de
verdes tiznan mi retina. Más abajo las imponentes moles calcáreas se defienden
del constante hostigamiento a las que la somete la gigantesca masa acuosa
azulada.
-
Camino un poco más
hacia el límite saliente …
La altura es considerable y
noto como mi corazón se constriñe ante la presencia de la colosal caída, el
vacío…
No, no tengo ni intención ni
tendencia suicida, sólo deseo llegar hasta allí, al umbral, al límite donde
pueda creer que estoy en el filo del mundo sólido.
-
¡Qué sensación!
Prefiero sentarme y así
sentir el sol, contemplar la luz, disfrutar del calor, deleitarme con la brisa,
humillarme ante la inmensidad. Todo es efímero y a la vez eterno, siempre
diferente y siempre igual.
-
¡Me siento bien! y …
estoy en casa.
Mientras guardo un fervoroso
silencio, la naturaleza habla y yo escucho. Me llegan claros los rudos y
ásperos sonidos del constante golpeo del mar contra las rocas, es una melodía
cadenciosa remota y ancestral. El siseo constante de la brisa acaricia mis oídos,
sólo ocasionalmente los agudos graznidos de algunas gaviotas rompen el hechizo.
Mientras atisbo el infinito,
me viene a la memoria el título de aquel libro que leí impulsivamente hace ya
unos cuantos años: Mediterrània. Onatges tumultuosos. En él, Baltasar Porcel, hace un memorable repaso a
la convulsa historia del Mediterráneo, desde las primeras civilizaciones hasta
los tiempos modernos. Recuerdo leer y releer las historias de los más remotos
pobladores, me fascinaban. Aquí y ahora ante la magnitud de esta soledad creo
estar viendo a aquellos hombres con sus rostros maravillados galopando entre
las tumultuosas aguas.
A pesar de mi condición de
bilingüe (catalán-castellano) no sabría muy bien como traducir el título del
libro, casi me decantaría por: Mediterráneo. Oleadas tumultuosas, por aquello de lo compulsivas que fueron muchas de
las civilizaciones que forjaron la cautivadora historia de este pedazo del
mundo, de este mar entre tierras, de este Mar Mediterráneo que tanto amo y respeto.
Fabuloso post, amigo Enric!
ResponderEliminarYo digo que la imagen es primero, es la que te da pie para volcar y vaciar tus sentimientos en forma de texto... buscaré ese libro.. y a mi lo del gran azul también me pone... Besos!
un sitio diferente
Siempre unidos, mar y tierra, hacen una unión majestuosa. Has conseguido plasmar las imágenes a las palabras o quizá es al revés, daría lo mismo pues siempre irán unidas en este post. Además, las historias vividas por aquellos pobladores de los que narras aquí me ha encandilado!
ResponderEliminarSimplemente... Genial!
Un abrazo.