Fue
aquella tarde y tras la lluvia que lo vi…
Unas
oscuras y algodonosas nubes luchaban por encima de las apelotonadas copas del
encinar, mientras el sonido chillón de los pájaros se revolvía entre los
pliegues de una increíble canción, cantada a capela, con esa redonda voz de
aquella maravillosa mujer de Mali, Nana Dumbia, que sonaba en la radio.
Fue
mientras el sol se levantaba, se desperezaba y luchaba y empujaba y se encendía
por entre los jirones de enlutadas nubes, filtrando un luz tamizada que
resplandecía entre las copas plateadas produciendo chispazos grisáceos. Al mismo tiempo, por el oeste, la
claridad aventaba con rabiosa fuerza hasta romper el blando techo ceniciento
formado por cientos o, quizás miles, de racimos de nubes apelotonadas que
impedían el paso, taponando el suave y colorido deslizamiento lumínico entre
los reverdecidos prados y los pardos troncos envejecidos cubiertos de
sonrientes musgos perlados por la lluvia. Parece que los veo sonreír con la
llegada de este placentero calor residual, imperceptible y sencillo del final
de la tarde…
Son
de estas cosas que me gusta anotar porque me llenan de ánimo y optimismo.
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