31 ago 2015

Cabo de Gata. El hechizo que no cesa

“Cabo de Gata es de los lugares más misteriosos de este mundo. Extraño lo que en él sucede. Casi nunca nada. Todo. Lleno y vacío” (Andrés Trapiello-2008).




Sigo visitando con asiduidad este sibilino espacio. Año tras año, en todas sus épocas, en el verde y amble invierno, o en la fugaz y colorida primavera, también en el candente verano o, en el expectante otoño. En cada etapa continúo intentando entenderlo. Nunca me deja indiferente.
Será por la amplitud de sus horizontes, o por la soledad que se palpa en sus paisajes o, será su naturaleza tan aparentemente primitiva.


No se… Deben de ser esos monstruosos acantilados que caen verticales en el mar, o esa sucesión casi interminable de áridas colinas con apariencia de vacío y, a la vez, tan rebosantes de vida. O su aspecto tan desértico, que pareciera abandonado de la mano de los dioses, cristianos o paganos. O la arrebatadora luz... el iracundo azul que combina a la perfección con las obscuras rocas, rojizas, negras, blanquecinas… Y ese mar, transparente, refulgente, como una gran luminaria azul que colorea todo.



O serán los ancestrales sonidos, tan remotos y tradicionales, tan atávicos, acariciados por la olorosa brisa, a veces salobre, otras dulzona, pero siempre amable, expansivamente cordial.
Me gusta pensar, cuando deambulo por sus cerros y altozanos, que soy el primer humano en otear sus horizontes y, me paro pensando que es el todo, que es lleno y que es vacío.



Así es Cabo de Gata, así lo percibo y así lo quiero.

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